SAN VALENTÍN BDSM (Por el fetichista)

 Hay un hombre que conduce su vehículo por una autopista. La mujer que va junto a él en el lado del acompañante, le empieza a manosear la entrepierna. Él hombre se sobrecoge, pero debe sobreponerse a la excitación para evitar un accidente porque es el chofer de la mujer que tiene al lado; y esa ha sido su obligación en lo que lleva transcurrido el día ; conducirla hacia donde ella ha deseado ir, y limitarse a cumplir con sus funciones de chofer, en silencio, sin cuestionar nada, atendiendo en todo momento a la conducción, y siendo efectivo en su desempeño. Si desea que sea su chofer, debe ser el mejor chofer para ella. Que le toquetee  el pene mientras conduce es irrelevante, lo esencial radica en ser un buen chofer pq es lo que ella desea. Si le manosea la entrepierna es solo para medir hasta que punto está dispuesto a cumplir con sus deseos.


Hoy es San Valentín, y además se cumple otro aniversario, en el cual tomaron la decisión de mutuo acuerdo, de que ella podía coger su pene cuando se le antojase, bajo cualquier circunstancia, y tan solo ella podía decidir todas las cuestiones que atañen a su pene; es decir, le transfirió la propiedad de facto de sus instintos. Por lo que ahora, intenta pasar por encima de ellos y limitarse a conducir. Disciplinar sus instintos para satisfacer los deseos de su pareja, es a lo que ha estado consagrándose durante este tiempo. Aunque no es nada fácil, por otro lado le excita sobremanera, pero es una excitación diferente, que trasciende la piel y va más allá de lo físico.
Hoy es San Valentín, pero ella no quiere regalos materiales. Tiene ya todo lo que desea a ese nivel. Tan sólo anhela un regalo para celebrar San Valentín y el aniversario... Que el chofer  profundice en su transferencia de poder y de voluntad hacia ella. En realidad son tres los regalos que desea...

El primero, que guarde voto de silencio, hasta que deje de oír su voz para que solo oiga la de ella, ordenándole como si fuese una voz interior, a la que no puede evitar seguir. Aunque, en realidad a ella tampoco la va a oír, tan solo debe estar alerta y expectante en todo momento, siempre pendiente de sus indicaciones.

El segundo, es más fácil de conseguir si se logra el primero. Él voto de obediencia. Al acallar la propia voz, poco a poco en la mente reinará un silencio sepulcral, y la voz de esta mujer, -  o sus indicaciones - , se convertirá en una supra consciencia que todo lo llena en medio del silencio, a la que se obedecerá ciegamente sin otra voz que interfiera. Obedecer sin cuestionar.

Él tercero, es el voto de castidad. Es San Valentín  así que debe honrarse y agradecerse haber encontrado a la Diosa anhelada. Regalarla placer, es el placer.

La duración de los votos, dependen mucho de la abnegación con que se lleven a cabo. Un día, dos, una semana... Dos...

Ahora, le esta desabrochando el pantalón, extrayéndole el pene para agarrar el miembro con su mano. Él, sigue conduciendo en silencio, que apenas es interrumpido por una serie de imperceptibles y tenues gemidos. Es su chofer y conduce. Aristóteles distinguía entre el placer y la felicidad, y a veces no necesariamente tiene que estar conectada una cosa con la otra. Él filósofo Heleno afirmaba que, la felicidad es más importante que el placer. Este hombre ahora se limita a ser feliz, mientras conduce para ella, y siente la suave mano femenina atenazando su pene.

Se han levantado muy temprano. Ella, deseaba ver amanecer en un punto concreto, situado en un puerto de montaña de la sierra cercana a la ciudad. Han aparcado el coche en un mirador que tiene una zona habilitada a tal efecto. Después, se han internado  por debajo del mirador, en un sitio conocido por los dos y que suele estar muy poco concurrido, mucho menos a esas horas de la mañana, imposible encontrarse con nadie.
En cuanto se han asegurado que su intimidad difícilmente iba a ser vulnerada, la mujer se ha descalzado, se ha quitado los leotardos térmicos; y la ropa interior. Seguidamente, le ha hecho una señal a su chofer con el dedo hacia abajo. Este, se ha arrodillado para mostrarle la devoción que profesa hacia su sexo y su placer, mientras ella, ha podido contemplar el amanecer sintiendo los primeros rallos del sol, el frescor de la mañana bañando su cuerpo, y la lengua devota de su chofer, todo, a un mismo tiempo.
Siempre supone una gran oportunidad mostrar la devoción debida.
Es un insuperable regalo de San Valentín, para ambos.

Después, se han dirigido a un Parador cercano para desayunar. Mientras ella tomaba un café en una de las mesas, ha puesto su pie sobre la pierna del chofer. Tras descalzarla, éste, ha empezado a masajeárselo a la vista de todos los lugareños que frecuentan el Parador a esa hora de la mañana. Es deseo del ama que la gente contemple la sumisión que él la profesa.
La encanta sentir esas miradas recelosas, reaccionarias e incrédulas del resto de la humanidad, y devolverles cada mirada con gesto altivo y desafiante. En un momento dado, desliza su pie desnudo por la entrepierna del chofer, sin duda para elevar más la propensión de ánimo de esos seres escandalizables que les rodean.
Poco después, retira el pie indicando con ello que es suficiente. Le dedica a su chofer una mirada cómplice y agradecida por haberse prestado al juego de la provocación que tanto la hace disfrutar. Este es el tipo de cosas, que el ama sabe agradecer generosamente.
La vuelve a calzar, apuran los cafés y se marchan.
Por descontado, él, que viste con traje de chofer, gorra incluida, le abre la puerta del Parador y después la del vehículo cumpliendo meticulosa y profesionalmente con su labor.

La lleva en el coche, transitando por diferentes parajes para que se deleite con la belleza del entorno paisajístico Transcurrido un tiempo, le ordena regresar a la ciudad, no sin antes hacer una última parada en una famosa repostería para comprar algo de comer. Suben otra vez al coche, pero ella ahora prefiere ir delante, colocándose en el asíento del acompañante. Cae la tarde y emprenden el camino de regreso al chalet donde viven en las afueras. Ella le tiene cogido por el pene, y el es feliz sintiendo la mano sobre su pene, y como éste, cobra vida bajo esa mano, que es como la de una Diosa que con su gesto obra un prodigio sobrenatural, y con ello, parece extender una suerte de manto protector sobre el súbdito, y de esa manera legitimar su poder, único y especial.
El chofer es feliz y conduce.

Aparca en el garaje. Ella sube al dormitorio principal, se ducha, y se pone un vestido negro de noche. Tras ello, se dirige al despacho, y dedica un tiempo a la lectura. Mientras tanto, el chofer, también toma una ducha en otro cuarto de baño de la casa, y cambia su traje de chofer por una vestimenta  muy elegante  de camarero. Camisa blanca, chaleco carmesí, pantalón negro, fajín y pajarita a juego con el color del chaleco.
Se dirige a la cocina, prepara las viandas, auténticas delicatessen, y las sirve en el salón sobre una mesa elegantemente dispuesta, con velas, y cubertería de plata, pero en la que solo hay un plato, un cubierto, y una silla.
Se encamina  hacia el despacho, abre la puerta y aguarda humildemente. Ella sigue leyendo recostada en un sillón, hasta que repara en la presencia del camarero. Se levanta, pasa por delante del mozo dirigiéndose al salón y éste la sigue detrás.
La mujer, observa como esta presentada la mesa. Le dirige un leve gesto de aprobación a su camarero personal, quien lo agradece con una pequeña reverencia inclinando su cabeza ante ella. Le retira la silla hacia atrás para que se siente. La sirve una copa de vino, y ella empieza a disfrutar el pequeño y selecto banquete. Ha pasado de ser su chofer a su camarero, y debe comportarse como un camarero instruido en las mejores y más selectas escuelas de hostelería, atento al mínimo detalle y a la mas pequeña necesidad de la única comensal, la cual disfruta lentamente con cada bocado, alimentándose más de la exquisitez que emana de la comida, de la textura, de los olores, que de la comida en si misma. Entre bocado y bocado, coge un cigarro escondido en su escote y se lo lleva a la comisura de sus labios. El camarero muy presto y solicitó le ofrece su mechero. Hay algo sensualmente poderoso, como de misterio hierático, en una mujer que fuma a solas, en la expresión de su mirada, profundamente inerte y reflexiva al exhalar el humo. Ella, realmente no fuma, pero le encanta que un hombre elegantemente vestido la ofrezca fuego de esa manera, que está a medio camino entre lo servicial y lo caballeresco. Por lo que fuma en alguna ocasión especial como esta, sin tragarse el humo, solo exhalándolo.
Deja caer su servilleta al suelo, y rápidamente el solicito camarero personal la recoge y la repone por otra con suma humildad, con total vocación de servicio, de ofrecer el mejor de los  servicios. Advierte, que la ceniza del cigarrillo puede empezar a desprenderse. Otra vez se apresura, y se arrodilla sosteniendo un cenicero en sus manos. Termina de consumirse el cigarrillo, lo apaga indicándole  que puede retirar el resto de las viandas para servir el postre.
Regresa de la cocina con la tarta de chocolate que la mujer ha elegido. El camarero, corta una porción y la deposita en un plato pequeño.
Ella, se recrea muy lentamente en el sabor del chocolate, profundizando en las sensaciones que produce en el paladar. Tras su degustación, deja un trozo en su plato, no muy grande pero tampoco pequeño. Deposita el plato en el suelo, y con una indicación de su dedo se lo señala al camarero. Es la propina por haber sido un camarero con oficio y muy servicial. Quedan pocos camareros así. Este, se arrodilla, se inclina poniéndose a cuatro patas y come del plato a los pies de la dama. Se ha portado bien, ha sido el camarero perfecto; por lo que se siente satisfecho y feliz comiendo de sus sobras. La señora, le acaricia la cabeza mientras come de su plato.

Una vez termina de disfrutar de su propina y limpiarse, se desnuda y se calza unos zapatos de baile. Seguidamente, la descalza a ella, y a su vez la pone los correspondientes zapatos de baile para mujer. Escoge un CD y lo carga en el reproductor. La pista seleccionada es ,"Por una cabeza" de Carlos Gardel, posiblemente el tango más melancólico de todos los tangos. Él, esta desnudo, a excepción de sus zapatos de baile. Ella permanece con su vestido. La hace una reverencia para solicitarle un baile. Ha dejado de ser su camarero, para pasar a convertirse en lo que antiguamente se denominaba "punto de baile," y hoy se llama "boy".
Hombre desnudo y mujer vestida, se funden en una danza elegante, sensual y pasional como existen pocas. El baile, es el único terreno en el que conserva alguna cuota de relativo poder frente a ella, pero muy relativo. Su trabajo le ha costado. Han sido algunos años de clases con los mejores profesores de tango. Después, practicaban en casa, y cuando no se entendían la culpa siempre era de él, pues el chico tiene la responsabilidad de saber llevar bien a la chica.
No fueron pocas las reprimendas y las azotainas por no conducirla con prestancia y fluidez por la complicada senda del baile en pareja. En alguna ocasión, cometió la imprudencia inconsciente de pisarla, inmediatamente le obligaba inclinarse y besarla los pies, mientras ella le soltaba algún que otro fustazo. Fue un proceso duro, pero ahora disfrutan de los resultados, se ha convertido en un bailarín razonablemente competente y la dirige  muy bien. Aunque, sus días de ostentar un pequeño mando tocan a su fin, pues ella ahora se ha empeñado en aprender el tango pero ejerciendo de hombre, y quiere que él adopte el rol de mujer, y se deje llevar, como en todo lo demás.
Se fusiona con ella, pecho con pecho, sucediéndose rítmicamente los cortes, los cruces, las quebradas, y las piernas que se entrelazan.
Los genitales de este hombre desnudo rozan la piel de tela del vestido negro. En un momento determinado, ella detiene el baile en seco, le agarra  el pene poniéndoselo a tono mientras le mira con distante y al mismo tiempo ardiente lascivia; su boca muy cerca de la de él, y entonces, es cuando Gardel dice:

"Por una cabeza,
todas las locuras
Su boca que besa
Borra la tristeza
Calma la amargura
Por una cabeza
Si ella me olvida
Qué importa perderme
Mil veces la vida
Para qué vivir"

Ahora, sin soltarle el pene enhiesto, como si fuese el timón de un bote salvavidas, le dirige marcándole el son de la música con un suave balanceo corporal, sin desplazarse con los pies. Le suelta el pene, y se abraza a su cuerpo rodeándole la cintura con la pierna, que es como una hiedra trepadora y homicida enroscándose a su figura, y que según crece hacia arriba le atenaza con más fuerza hasta casi cortarle la respiración. Se aferra al hombre con una energía sobrenatural, con un afán casi diabólico por poseer esa carne y ese espíritu, y él la recibe en su seno con devoción ciega por ser poseído. La música se acerca a su final. Ella, ya se ha saciado de su abrazo y le aparta bruscamente, le suelta dos bofetadas; y coloca la mano detrás de su cuello, para fundirse violentamente con él en un beso. Su lengua, parece inocularle el dulce y áspero veneno de esa clase de lujuria insaciante por ser dominado. El "punto de baile" recibe el beso como el que abraza la fe de una religión. Súbitamente, aparta sus labios de los de él, y con la mano presiona su cabeza hacia abajo para que se arrodille, obligándole a que se agache. Le pisa la espalda y termina el tango con el hombre doblegado al ritmo que marca la mujer, pero sin haber perdido en ningún momento el compás de la música.
Ella, sin dejar de mantener la presión de su zapato sobre la espalda, da dos palmadas, señal que indica el paso a la siguiente escenografía con su correspondiente atrezzo.

El hombre desaparece para volver a aparecer portando un paquete en sus manos, en cuyo interior hay un traje negro de sirvienta pícarona, con sus bragas a juego. Ella se encarga de vestirle como si fuese una niña maléfica jugando con su muñeca en un cuento de terror gótico, en la que la muñeca cobra vida para convertirse en el instrumento perfecto para las perversas maquinaciones de la niña. Le gusta sobetearle la entrepierna, sentir el suave tacto de las bragas y como el pene florece bajo el efecto de su poder, y palpita pugnando por liberarse de la delicada lencería femenina.
Ha llegado la hora de que la sirvienta cumpla con su cometido. Debe recoger la mesa, y fregar los platos.
Transcurrido un rato, la sirvienta esta en la cocina limpiando la encimera, todo ha sido recogido y fregado. La señora de la casa aparece. Coge uno de los vasos recién fregados, y lo examina a contraluz. Ella misma coge otro vaso  y se pone  a fregarlo delante de la sirvienta. Ahora, examina a contraluz los dos vasos, es decir el fregado por ella y el fregado por la sirvienta. Le indica a ésta con un gesto autoritario que señale cual es el vaso que mejor reluce a la luz. La sirvienta, humilde y temerosa señala el que ha fregado su señora. Ésta, deposita los dos vasos sobre la encimera. Después, su dedo índice señala el suelo. La sirvienta se arrodilla. El Ama de la casa le coge por la barbilla para que alce sus ojos hacia ella. Le suelta dos bofetadas, mirándole con una expresión mitad piadosa, mitad reprobadora. La  ordena ponerse en pie y girarse, obligándola a tender medio cuerpo sobre la encimera. Le levanta la falda, y le rasga las bragas con las manos. Ese culo tan desamparado y blanquecino, despierta todo su sentido sádico de la existencia. Le propina unos azotes. Su mano presiona la cabeza de la pobre sirvienta, mientras su vagina más que frotarse, casi golpea el inerte culo, cuya única utilidad vital es ser objeto sexual pasivo del perverso deleite del ama. Entonces, ese hombre reconvertido a capricho en sirvienta, siente sobre él todo el acoso sexual y abuso de poder que durante tantos incontables decenios, los señoritos ejercieron sobre sus pobres y humildes sirvientas.
La obliga a incorporarse, y darse la vuelta para que vuelva a ponerse de rodillas, le aproxima la cara a su vagina, parece que desea que se la coma, pero rápidamente le aparta la cara; y otra vez es abofeteada. Le deja allí arrodillada y sale de la cocina. Pocos instantes después, suenan dos palmadas desde el salón. La improvisada sirvienta acude a la llamada del ama. Ésta, le ata las manos por detrás, y le pone una correa al cuello. La arrodilla tirando de la correa, ayudándole a tumbarse en el suelo de lado. El Ama se sitúa detrás de su cabeza, y se la pisa con un pie. El pie desciende por el rostro hasta casi llegar a los labios. La sirvienta intenta lamerlo pero no puede, no está lo suficientemente cerca de su boca para poder hacerlo  Sigue pisándole la cara. Después, se sienta en un sillón situado a corta distancia. Vuelven a sonar dos palmadas, esta vez con un ritmo más impaciente. El hombre sirvienta se arrastra con las manos atadas y al llegar cerca de sus pies, intenta incorporarse para ponerse de rodillas. Le cuesta,  y ella quiere que le cueste. Acceder a sus pies debe ser como lanzarse a la búsqueda de un tesoro legendario, del que ni tan siquiera esta demostrada su existencia, pero que ejerce una llamada, como un canto de sirena embrujador que provoca un deseo inagotable por encontrarlo, pues lleva siglos provocando un poder de fascinación sin igual. Exactamente eso es lo que  quiere que sean sus pies para él, un tesoro codiciado por lo inaccesible, e inaccesible por lo codiciado. Finalmente, se apiada de la sirvienta y le ayuda a incorporarse. Queda inclinada y de lado respecto donde está ella sentada con sus piernas cruzadas. Tiene que girar el cuello para poder lamerle los dedos y la planta del pie. El Ama, observa las desesperadas evoluciones de su lengua, con aparente fría indiferencia pero con una honda excitación interior, pues la lame los pies como un sediento peregrino que encuentra una pequeña fuente sacramental de la que tan solo caen unas pocas gotas, suficientes para saciar parcialmente su sed de agua bendita.
Le retira el pie de su sedienta boca, pues no puede resistir incorporarse hacia delante en su asiento, y así poder levantarle la falda del vestido, y ver ese culo, tan inclinado, tan postrado, tan humillado, tan entregado, tan desvalido, tan dependiente, tan tembloroso... La invade un extraño sentimiento de sádica ternura, y una paradójica sensación de frío ardiente que quema, como una flama en combustión, cuya parte inferior y de temperatura más elevada es azul, sin embargo, este color suele asociarse simbólicamente al frío y no al calor. Acaricia el culo, lo manosea, lo azota con su mano. Puede hacer lo que quiera con ese culo pues le pertenece tanto como las estrellas al cielo. Cuando se es propietario estas habilitado para ejercer todo el uso y disfrute de tu bien, siempre y cuando se respeten los límites que marca la ley, pero la cuestión es que aquí, la ley es ella. Y ahora, no puede evitar pasarse levemente la lengua por sus labios, relamiéndose de placer con tan solo pensar en el poder que posee, la propiedad tan enorme que ostenta sobre ese culito tan humillado, tan expuesto, ese culito tan de... Lagartona!!!.. Zas Zas Zas!!!

Vuelve a extender el pie, para que el peregrino gire su cuello y sacie su sed de culto y adoración. Es imposible que ahora mismo exista una persona más rendida y entregada que el hombre atado y vestido de doncella que tiene a sus pies. Mas, incluso que cualquier fervoroso luterano, que desprecia la razón por considerarla la gran enemiga de su inquebrantable fe. La flama eleva su temperatura por la parte de color azul, y la lengua de fuego anaranjada se aviva con mas intensidad y crece hasta el infinito, mientras el maniatado idolatra chupa. Ahora, ella deposita un pie en el suelo y el devoto debe inclinarse aún mas para besarlo y rendirle pleitesía. Besa como un parroquiano su imagen sagrada, porque para él los pies de su Diosa son sagrados; ya que ella representa y es, la reina de sus deseos ocultos en las sombras, la benefactora de sus calladas necesidades, la deidad carnal que trae la lluvia para que rige los campos de su corazón, y germinen los sentimientos mas abnegados. Así que, sacraliza el pie con sus besos, mientras ella pone el otro sobre la cabeza inclinada; la pisa presionando con fuerza, como queriendo que la marca de esos labios quede impresa como un tatuaje sobre la piel del empeine, y que de esa manera, el tatuaje inmortalice y exprese la máxima de: "Estos pies caminan sobre este mundo para ser adorados".

Al fin lo desata, y él consigue relajar sus músculos. La Diosa, le tiende el pie, y él devoto adoratriz, lo sujeta entre sus manos. De repente es como si de la fuente sacramental brotase mayor caudal y el sediento puede saciarse profusamente. Le ofrece el pie elevando su pierna más alto, casi apuntando hacia al cielo, y con ello, parece querer desafiar a las divinidades que allí habitan, como retándolas a que sean valientes, y averigüen si la fe de sus cultos suscita devotos tan entregados como el hombre que ahora tiene bajo su poder. Ese hombre adoratriz abre su boca para ahogarse en su propia sed de culto, y confirmar así que su Diosa tiene razones de peso para lanzar tal desafío al cielo. Ella, le observa distante, tanto que parece una estatua fría como el mármol de alguna deidad griega. La actitud fría y enigmática de la adorada contrasta con la generosa y febril entrega del adorador hacia sus pies. La adorada, se hace de mármol para que la lengua del devoto la sacralice,  y vuelva a trasmutaría en carne, y entonces, el calor de la flama llegue a un punto culminante de incandescencia mística, inundándola por dentro, y colmar así a su alma del imperioso apetíto por dominar a otra alma, y poder sentirse venerada como una Diosa viviente. El arrodillado, no es un esclavo, pues está palabra siempre tiene una connotación de falta de libertad, él es, sencillamente, un devoto, termino que posee una significación mucho más completa e integradora. Un hombre, que en el ejercicio de su libre albedrío ha decidido consagrarse al culto de una mujer concreta, a la que considera atribuida de unas virtudes especiales con respecto a otras mujeres, que se estiman a si mismas como beneficiarias de similares y extremas atenciones.
El inclinarse no le esclaviza, más bien le libera,  y hasta le eleva, pues se siente capaz de desplazar al cielo conocido, para crear un nuevo firmamento en el que tan solo brille una única estrella, y de  superarse a si mismo, al profesar culto a una sola mujer de principio a fin, como un sumo sacerdote. "She is religion" dice una canción de Van Morrison. "Ella es la religión".

Finalmente, se incorpora del sillón e indica a su adoratriz que la abrace por la cintura. Hay un momento para cada cosa, y ahora es el momento de la ternura. Después, dirige sus pasos hacia una puerta que conduce a su vez hacia un sótano.
Se detiene un instante en el umbral y vuelve a dar dos palmadas con sus manos. Acto seguido, se adentra en la oscuridad del sótano. El hombre adoratriz, se despoja del traje de sirvienta y la sigue desnudo abrazando la oscuridad que ahora le propone. Baja por unas escaleras que desembocan en un sótano de la casa, donde ha sido acondicionado un pequeño gabinete Bdsm, perfectamente equipado para los jueguecitos más perversos. Él, aguarda humilde y pacientemente junto a una camilla de masajes. De repente, el ama emerge desde el fondo de la estancia ataviada tan solo con una toalla blanca con la que cubrir su esbelta figura, y se tiende en la camilla boca abajo. Y entonces, el chofer, el camarero, el bailarín, la doncella, la adoratriz, el sumo sacerdote, adopta su enésima encarnación como instrumento de entrega y servicio a una única causa... El masajista.

Ha realizado cursos para formarse en diferentes técnicas de masajes. Deportivo, reflexología, sueco, shiatsu. A día de hoy, es un consumado especialista en procurar bienestar al cuerpo de su venerada Diosa. El masaje, se ha convertido en parte esencial del ritual, en la adoración que la
profesa. Los cursos, por supuesto los ha pagado ella, pues también ostenta el poder económico, y se ha convertido en una de las mejores inversiones que ha realizado en su vida; un esclavo masajista es un negocio por el que se obtienen unas ganancias insuperables.
Cómo cualquier mecenas, exige resultados muy satisfactorios, por lo que no se ha conformado con que la inversión superase los cursos con un simple aprobado; como no es para menos, le exigió buenas calificaciones. En unos casos las consiguió, en otros no tanto, así que, tuvo que castigarle con sus manos, con sus pies, con la fusta. Obtener una calificación por debajo de notable, significaba poner en entredicho el compromiso, la misión a la que había decidido consagrarse, es decir, venerarla como a su Diosa benefactora. Ahora, la disciplina y la entrega han dado sus frutos y la adorada siente el beneficio de ellos sobre sus músculos y su piel. El, ha recorrido ese cuerpo con las manos infinidad de veces, hasta desarrollar un profundo conocimiento de su superficie corporal y sus correspondientes conexiones internas. Sabe perfectamente que zonas suelen tensionársele más, y donde actuar para relajarlas. Ella, se gira para quedar tumbada boca abajo. El masajista, aplica sus conocimientos de reflexología podal sobre sus idolatrados pies, y tras ello, realiza un suave drenaje sobre sus piernas, de abajo hacia arriba. Las manos bordean las inmediaciones de su sexo. No se atreve ni siquiera a rozarlo, sería como profanar el alma del cuerpo que acaricias, y eliminar los efectos terapéuticos que tiene el masaje sobre esa alma.

La adorada, alza su mano indicándole que ya es suficiente. Se incorpora sentándose sobre la camilla. Él masajista está situado frente a ella y con el pene tieso. Rápidamente se arrodilla avergonzado y temeroso, como un reo consciente de que puede ser condenado a la pena máxima.
El ama, le observa con una mirada extremadamente rica en matices expresivos, imposibles de captar incluso en un lienzo de Caravaggio. Su expresión es sería, altiva pero al mismo tiempo esboza una casi imperceptible sonrisa de satisfacción, y a su vez, en sus ojos, también puede leerse un cierto sentimiento de ternura. Tiene ante sí a éste hombre devoto, que se arrodilla empalmado, y la erección la somete  a su real aprobación, y divino arbitrio. De tal condición son los poderes que posee sobre él. En ese momento se siente la mujer más poderosa de la tierra, y sentirse así es el mejor regalo de San Valentín que podían hacerle. También, se la despiertan unos irrefrenables deseos por pisarle la polla. Le indica que se tumbe boca arriba, y se la pisa. Se muestra agradecida hacia su chofer, su camarero, su bailarín, su sirvienta, su adoratriz, su masajista, su hombre, su esclavo, y en señal de agradecimiento se la pisa. Percibe como palpita bajo su pie, y no puede haber nada que sienta tan enteramente suyo, porque le invade la sensación plena, de que este hombre diluye la realidad de sus propios instintos para fusionarlos con la voluntad de su ser divino de  mujer dominante.
Al menos, siempre lo intenta, y es un comportamiento muy loable.
Le ordena levantarse para que vuelva a ponerse de rodillas, y le acaricia la cabeza en señal de aprobación y de perdón. Si se le ha puesto dura,  ha sido fruto de la adoración que la profesa, así que no le va a castigar. Ella puede castigarle por una erección que juzgue inadecuada, porque tiene esa clase de poder sobre él. Le castiga, y también le perdona las erecciones.
La mano sobre la cabeza del devoto, le acerca  hacia su sexo con suave violencia, síntoma de que quiere que continúe masajeándola pero ahora su deseo es que lo haga con la lengua. Tiene el permiso sagrado, porque en ningún momento ha tenido la tentación de convertirse en un sacrilegio del cuerpo al que adora.
Besa sus pies, recorre sus piernas y muslos.
Se da la vuelta y le enseña su divino trasero y el esclavo succiona con suave y tenue deleite. Después, girándose nuevamente permite a su sumisa lengua idolatrar la vagina, y lo hace como degustando con suavidad un exquisito y exclusivo manjar.

En un momento dado ella le retira la cabeza. Se encamina hacia el otro lado de la estancia, en un rincón  reservado a los látigos, fustas y juguetitos varios. Vuelve a donde estaba con un dildo en la mano, de esos que son para ponerlos en la boca. Le ordena levantarse y se lo coloca. Acaricia el cuerpo del esclavo y manosea el pene que no es artificial. Parece una escultora, pero que esculpe con el barro dé lá carne y el espíritu, dando los últimos retoques a su nueva obra, inspirada en el  arte fálico africano, pero con un enfoque Bdsm.... "La criatura de las dos pollas" sería el título mas adecuado para bautizar a su pequeña obra escultórica.

La escultora empieza a señalar con su dedo índice un miembro, y otro, el artificial y el real respectivamente, jugando en silencio al "pito pito gorgorito". La criatura sabe que tiene las de perder, pues es San Valentín, y el placer es un regalo para que lo disfrute su dueña en exclusiva, por lo que el voto de castidad sigue vigente, pero le excita tanto que juegue con él. El dedo, se detiene en el dildo, y ella dibuja en su rostro una expresión de doliente ternura y falso pesar.
Le coloca una correa en el cuello, obligándole a ponerse a cuatro patas. Tira de la correa para que su criatura ande hasta un sillón cercano. Se sienta, abre sus piernas acerca el dildo a su vagina y se lo introduce poco a poco. Sus manos sobre la cabeza de la criatura polifálica ejercen total control sobre el nivel de profundidad y el ritmo de penetración; pero lo que realmente la produce un ardor efervescente que traspasa las fronteras de lo físico, es la entrega y la docilidad con que el hombre criatura continua sometiéndose a su entero placer, después de haber estado todo el día subordinado a su completo capricho, desposeído totalmente de sí mismo, para terminar la jornada limitado a la mera condición de consolador, juguete sexual humanoide siempre en disposición de satisfacer a la perversidad más refinada; como un objeto naufrago que se desplaza al capricho de las olas del mar. Ella, es la deriva a la que es empujado el naufrago, y también la melodiosa sirena que le va a conducir hacia la isla de la perversión que tanto anhela para su supervivencia. Allí, seguramente sea devorado en vida, en un engullimiento eterno, que siempre es mucho mas deseable que morirse de manera lenta, inexorable e infinita. En griego antiguo, sirenas significa "las que atan y desatan". Y así se siente este naufragó desde el día que decidió ponerse completamente a sus pies, y convertirse en preso de unas ataduras que le liberan. Ahora, este naufrago reducido a consolador, los únicos cantos de sirena que escucha son los gemidos crecientes de placer de su ama, pero que ejercen sobre él un mismo efecto hipnótico y atrayente. Siente, al supeditarse de tal forma a los encantos de su vagina, estar más cerca de grandes verdades trascendentales que discurren bajo la superficie de la vida, pues el sexo de la mujer es un misterio que esconde a su vez grandes misterios, y una de las formas de llegar a intuirlos, de resolverlos sin resolverlos, de casi tocarlos sin llegar a tocarlos, es rendir culto y someterse sin reservas a la belleza que encierra el sexo femenino.

La Diosa alcanza el clímax, y el pobre mortal se siente feliz habiendo sentido lo que ella siente. Habiendo sido parte de su misma frecuencia vibratoria, habiendo sido un humilde accesorio dentro un engranaje perfecto, creado para la vida y el placer, por obra y gracia de la Diosa naturaleza.

El día toca a su fin. Los pies de ella, ahora reposan sobre el pene del esclavo. Ha sido un buen chico, muy buen chico, ha sido todo para ella, todo lo que ella ha deseado que sea, transformándose en diferentes y exclusivas entidades creadas con el único propósito de satisfacer la perversa imaginación de aquella, a la que ha decido venerar como una Diosa que camina por este mundo. Su vida es puro paganismo, diviniza una realidad cotidiana dándole siempre otra vuelta de tuerca a la imaginación. Ahora, va recibir el regalo de su Diosa por haber sido un chofer competente, un amante generoso, un camarero muy profesional, un excelente bailarín, una hacen dadosa y sufrida sirvienta , una putita adoratriz, un inmejorable masajista, un abnegado sumo sacerdote, y un original e infalible esclavo sexual con una polla de repuesto. Los pies acarician su miembro, el cual florece felizmente bajo sus pies, siempre bajo sus pies.
Ha sido un muchacho excelente,  mucho mejor que el de la canción. Merece que se ponga fin a su voto de castidad. También se ha ganado el derecho a compartir su lecho, y dejar de dormir, al menos por esta noche, en un colchón a los pies de su cama. Es una Diosa, pero muy humana, y a veces necesita sentir el abrazo de un hombre que vele su sueño, o sus pesadillas, siempre y cuando sea un hombre especial, y sepa comportarse como un buen chico en todo momento, pues solo así será capaz de seguir regalándola veladas tan inolvidables como la de este día se San Valentín..
San Valentín Bdsm.

FIN






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